A finales de febrero, India y Pakistán, dos vecinos con armas nucleares y una larga historia de conflictos, estuvieron al borde de una guerra mayor. Durante cuatro días, la situación se intensificó rápidamente, con ambos países desplegando cazas, lanzando misiles y utilizando drones con explosivos. Esta violencia representó el enfrentamiento militar más grave entre ambos países en décadas, generando preocupación internacional por el riesgo de un conflicto más amplio. El detonante inmediato fue un atentado terrorista en la disputada región de Cachemira, que causó la muerte de decenas de miembros de las fuerzas de seguridad indias. India respondió con ataques aéreos contra lo que describió como campamentos terroristas en territorio pakistaní. Pakistán respondió con sus propios ataques aéreos y derribó un caza indio, capturando a su piloto. La situación parecía salirse de control, con ambos gobiernos intercambiando amenazas y movilizando tropas en la frontera. Sin embargo, en paralelo, se desarrolló una intensa actividad diplomática. Altos funcionarios de ambos países mantuvieron conversaciones telefónicas urgentes, y actores internacionales como Estados Unidos y otras potencias intervinieron para ayudar a reducir la tensión. La decisión de Pakistán de liberar al piloto indio capturado fue vista como un gesto significativo hacia la paz. En cuestión de días, ambas partes acordaron un alto el fuego, deteniendo las acciones militares. A pesar del cese de hostilidades, la tregua sigue siendo frágil, ya que las tensiones y disputas no resueltas continúan representando riesgos de futuros enfrentamientos.